Odio que tus ojos siempre tengan que mostrar esa maravillosa dulzura, mires a quien mires, hables con quien hables, e incluso digas lo que digas.
Odio que tus labios siempre sean tan tiernos, aun cuando hablas sobre las cosas más asperas, que tanto chirrían en mis oídos y que a mi corazón tanto dañan.
Odio que tus manos sean siempre tan ardientes a mis ojos, toques tu a quien toques.
Y odio que no me importe junto a quien pasees, pues el ritmo desacompasado de tus piernas sigue creando en mí remolinos de amor salvaje, que a diferencia de tus pasos, tan rápidamente suben desde mis pies hasta el lugar más recóndito de mi desordenada mente.
Tan rápido y tan ardiente... Tan duro, tan fuerte, que todos los bienes las preciados, toda la bienaventuranza, toda la gloria me promete.
Odio decir que me encanto tu blog :)
ResponderEliminarte sigo