miércoles, 8 de septiembre de 2010

Incienso.

Un grito de placer de una agonizante belleza. De una naturaleza muerta... Un destello de vida. Sus claros ojos cobran lucidez, y llega a mi un ebrio rumor. Un trepidante sonido se escucha, incesante, en mis adentros. Silbidos agudos suben desde mi vientre y se hacen insondables y fulgorosos en mi corazón. Con todo esto siento en mi rostro un inmenso calor... Mi garganta se entumece y mi mirada se enturbia. La siento excesivamente cerca, no puedo mirarla, siento el calor de su cuerpo en el lado izquierdo del mio. Estoy sentada y he de mirar hacia arriba para divisar su grandeza, su deidad. Pero no puedo, ella me habla, espera a que la mire, no se marcha, y mi vergüenza y mi angustia crecen más y más. De pronto, solo me queda recordar que estamos en clase de geografía, que ella es mi profesora y que si quiero seguir la clase he de escuchar la respuesta a la pregunta que he formulado yo misma. Pero se queda cerca, ronda mi mesa como esperando que la tarea de impartir clases se le haga mas amena con los comentarios y preguntas que todo profesor espera de un alumno y que solo yo me atengo a realizar.
Ella es Dama. Es la Diosa Muerta de la Naturaleza. La diosa cuyo nombre no se ha de pronunciar.

Y es que cuando hay una musa cerca, un poeta es incapaz de eludirla.

1 comentario: